Amigos, os paso esta carta (con solución incluida) que me ha llegado hoy. Espero que le sirva a alguien. Como no ha pedido mi opinión prefiero no darla.
«Querida Cisca,
Conocí a Juanan (Juan Ángel) hace más o menos un año. Desde el primer momento conectamos y al cabo de tres meses ya éramos novios. Durante ese tiempo todo fue ideal y lo que más deseábamos era estar juntos.
Hace unos tres meses decidimos vivir juntos. Tal y como está la situación no podíamos ponernos muy exigentes, pero ¡el amor todo lo puede! (o por lo menos eso creía yo).
Mis padres se lo tomaron de manera muy diferente: mi padre puso el grito en el cielo («pero si no tienes trabajo y el de él es de pena»), pero mi madre se lo tomó muy bien («si, si, mejor que lo conozcas bien antes de que las cosas vayan a más y así sabrás a qué atenerte»). Yo me sorprendí porque pensé que mi madre también se opondría, pero en cuanto lo dije, preguntó que si ya teníamos piso. Le comentamos que íbamos a compartir piso con otra pareja y sólo se encogió de hombros añadiendo «si necesitáis algún mueble, puedo mirar en el trastero». Yo no entendía nada, pero estaba feliz: ¡al fin iba a irme a vivir con el hombre de mi vida!
La primera semana estábamos como en una nube, además de parecer un par de conejos en celo. Pero al comienzo de la segunda semana empezaron a surgir pequeños detalles (a los que al principio yo no les di importancia) que… no sé cómo decirlo… me empezaron a mosquear: Ropa tirada, por aquí; vajilla que siempre fregaba yo; ropa sucia mezclada con ropa limpia…
Una noche, nuestros compañeros se fueron a pasar el finde a Gredos y el piso era todo nuestro. Pues bueno, Juanan llegó con cervezas, ganchitos y diciendo «planazo para hoy», guiñando un ojo. Yo ya me iba corriendo para la habitación a ponerme «encuerada» como dicen los mejicanos (que no es vestir de cuero, sino despelotarse), cuando sonó el timbre. Me quedé parada: “¿esperas a alguien?”, pregunté. Su respuesta me dejó con cara de boba: “¡claro!, aprovechando que tenemos el apartamento para nosotros, invité a Javi y Ernesto para ver el partido”, respondió él con la mejor de sus sonrisas. “Me podías haber preguntado, ¿no?”. “¿Preguntado qué?”. “Si quería invitar a tus dos amigos?, yo también vivo aquí ¿sabes?”, le respondí enfadada. Volvieron a llamar a la puerta y por supuesto abrimos. El “planazo” consistía, básicamente, en pasar la noche con tres tíos mirando la tele y gritando como cerdos, mientras bebían cervezas (que me pedían a mi) y llenaban todo de migas de patatas fritas, ganchitos y cortezas, trozos de pizza y queso.
Cuando se fueron yo comencé a recoger y Juanan se fue hacia la habitación “¿No me ayudas?”, pregunté bastante mosqueada. “Ya lo recogemos mañana”, respondió mientras iba hacia el baño, rascándose el trasero. Mi enfado era tal, que preferí quedarme recogiéndolo todo para pagar mi mala uva con la bolsa de basura. Juanan había dejado la puerta de la habitación abierta y pude escuchar cómo entraba en el baño y se producía un ruido extraño. Bueno, extraño no: era un eructo y un pedo echados a la vez. Desde allí me gritó entre carcajadas “no entres ahora, que te puede dar un mal. Ostras, ¡cómo huele!” Y vaya si olía. El olor empezó a propagarse a la velocidad de la luz por toda la casa. Yo no sabía qué hacer, y pensé que lo mejor era no comentar nada (y abrir todas las ventanas para ventilar). Después de recogerlo todo, volví a la habitación y me lo encontré dormido como un bebé, roncando como un descosido (supongo que sería por las cervezas) y ocupando casi toda la cama.
Al día siguiente no le comenté nada, pero mi cara era un poema. Él no se dio por aludido. Se puso un chándal al que le tiene mucho cariño (pero que dá pena verlo) y se fue a por los periódicos mientras me decía “ve preparando el desayuno que voy a por la prensa”. ¡Yo todavía estaba en la cama! No me levanté y cuando volvió me encontró haciéndome la dormida. ¡Vaya, pues si que te cunde! Escuché como trasteaba en la cocina y entonces me levante. Mi sorpresa fue mayúscula: había preparado SU desayuno y estaba leyendo el periódico (las páginas deportivas, mientras tuiteaba en la tablet con sus amigos (si, Javi y Ernesto). “¡No has preparado nada para mi?” “¡Ah!, no sabía si te ibas a levantar o querías quedarte toda la mañana en la cama”, me dijo sin levantar la vista de la tablet. Me fui a la habitación, me vestí y me fui a una cafetería cercana a desayunar como una señora.
Regresé al cabo de una hora y me lo encontré en calzoncillos, comiendo las sobras de la noche anterior (incluido un trozo de pizza de dos días de antigüedad), mientras miraba en la tele la retransmisión de no se qué carrera de coches. Además estaba con la tablet y en la cocina había dejado todo como si un tsunami hubiera pasado por allí. “No has recogido la cocina”. “Cuando termine la carrera lo haré”, me respondió y en ese momento se echó otro pedo ¡peor que el de la noche anterior! Salí corriendo a casa de mis padres, casi entre lágrimas. ¿Cómo podía ser tan cerdo?
Cuando llegué a casa, mi madre estaba sentada en la terraza leyendo el periódico. Me vio la cara y sonrió, “qué, ¿ya has descubierto al verdadero Juanan?, ¿no? ¿A qué no es tan encantador como tú imaginabas? ¿Qué te ha hecho: ser un guarro, un desconsiderado, o las dos cosas?” “Y tú ¿cómo lo sabes?”, le dije mirándola con los ojos como platos. “Cariño, ya se le veía venir. Pero supongo que en la cama debe ser un fiera, y tú ¡estabas tan ilusionada!” Le conté muy resumido lo de los detalles y luego lo del fin de semana. “¿Qué hago?”. “Hija tienes dos opciones: educarlo o sólo tener sexo con él, en cuyo caso te recomiendo que vuelvas a esta casa y estés en la misma situación de antes, es decir, de novios y viéndolo sólo cuando tengas ganas. La primera opción es recomendable si de verdad le quieres mucho y no puedes vivir sin él. La segunda es fabulosa si no puedes vivir sin acostarte con él, pero sí sin él”.
Volví al apartamento. Todo estaba igual (incluido el olor ambiente). Así que cogí mi maleta, metí mi ropa y, en una bolsa aparte, mi ropa sucia. Llamé al baño (él estaba allí haciendo sus ruiditos) y a través de la puerta le dije “Juanan, me vuelvo a casa de mis padres. Llámame luego y quedamos para vernos”. “Pero ¿qué dices? No puedes hacer eso” Sonó la cisterna del baño y salió Juanan con los pantalones del chándal bajados mientras se subía los calzoncillos. ¡Patético! Yo ya estaba en la puerta y con mucha tranquilidad le dije: “¡Amor, me encanta estar contigo a ratos, pero vivir contigo no. Eres un guarro desagradable y mal educado y prefiero tener de ti la imagen del tipo divertido, buen amante y cariñoso que tenía antes. Así que no quiero vivir contigo. Por supuesto que seguimos siendo novios y, si algún día cambias pues ya veremos si vuelvo a vivir contigo. Mientras, aquí tienes las llaves y te ocupas tú de recoger la mierda que produces”. Y me fui tan pancha. Cuando llegué a casa de mis padres, mamá había preparado paella y mi padre ponía solícito la mesa. Ni que decir tiene que ahora estoy super feliz.